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De la desnutrición a la obesidad; una alternativa al problema alimenticio en Chile

Por Pedro Espinoza Cáceres

Esta historia parte en el Chile de fines de los años 20. A principios del siglo XX hubo grandes problemas sociales debido a la migración rural urbana donde se sobre poblaron las grandes ciudades por personas en búsqueda de nuevas oportunidades. Santiago pasó de tener 600.000 habitantes a cerca de un millón entre 1920 y 1930, siendo la población de Chile de un poco más de 4 millones.

Claramente la ciudad no dio abasto, se masificaron los conventillos, donde muchas familias vivían hacinadas en precarias condiciones, la cesantía llegó al 32 % de la población activa y la tasa de mortalidad infantil era de un 25%, uno de los más altos del mundo.

La desnutrición infantil y adulta pasa a ser un problema de salud pública, dado lo delicada de la situación surge la preocupación de muchos doctores de la época como Luis Calvo Mackenna y Julio Santa María y se comienzan a proponer políticas públicas para combatir este problema.

Las primeras políticas públicas se implementan en 1924 y van enfocadas esencialmente en el consumo de leche en mujeres embarazadas y niños menores de 5 años de los sectores más pobres, que es donde está la mayor tasa de mortalidad infantil.

Las políticas públicas cambian la cotidianidad (a largo plazo). En este caso, se impone una ideología no solo de que tomar leche de vaca es bueno, sino que es fundamental en el desarrollo de un niño, esta idea se mantiene hasta el día de hoy, nuestros padres nos enseñaron que era bueno tomar leche, de acá se obtienen las proteínas esenciales para desarrollarse. En nuestra cotidianidad lo natural siempre ha sido tomar leche de vaca.

El estado continuó con las políticas de repartición de leche y durante el gobierno de la Unidad Popular el presidente Salvador Allende impulsó el medio litro de leche para todos los niños de Chile menores de 15 años cuadriplicando la cantidad de leche entregada hasta entonces. Esto se mantuvo durante la dictadura, de la mano de Fernando Monckeberg, que fundó la corporación para la nutrición infantil en 1974 donde se entregaba la famosa leche Purita.

Es interesante pensar que, dado el contexto de pobreza chileno, antes era común hablar de un niño sano a un niño más o menos rellenito, hoy en día un niño rellenito difícilmente sería catalogado como sano. El lenguaje se basa en la vida cotidiana, entonces el significado de la palabra sano tiene distinto significado en distintas temporalidades, esto hace que cambien los estilos de vida de las personas, y por lo tanto nuestra identidad individual y cultural.

No por nada cambia el significado al estar sano; si en los años 30 el problema fue la desnutrición de la población, en los años 90 el problema pasó a ser la obesidad. Los alimentos de procedencia industrial se comienzan a masificar desde los años 80’s, debido al modelo capitalista de producción que impuso la dictadura, esto sumado a la masificación de la televisión y la publicidad masiva incurrieron en que la población nuevamente cambie sus hábitos alimenticios, y su identidad individual y cultural.

Hoy en día las políticas públicas apuntan en incentivar el deporte y guías de alimentación sana en base a frutas, verduras, aceites, granos, carnes legumbres, huevos y lácteos. La obesidad sigue siendo un problema, pues no nos fijamos en la relación que tenemos con nuestro alimento. No nos cuestionamos que es lo que comemos y es difícil ver la alimentación con un enfoque distinto al que nos tiene acostumbrados el ritmo actual de la sociedad chilena, sin tiempos para cocinar y sin dinero para comer comida de buena calidad. Hemos normalizado este modo de consumo.

Hay una realidad no tan alejada de la nuestra que enfrentan la alimentación con otro sentido, con un sentido más personal y de afecto con la comida: Las cuidadoras de semillas de las comunidades mapuche. Ellas no cuidan las semillas para mantener la biodiversidad porque es importante tener variedad de plantas, sino porque son su alimento y su medicina. En semillas con memoria una señora comenta que cuando se casó su madre le pasó muchas semillas y le dijo que las cuidara y las mantuviera, porque así no iba a pasar hambre.

El cuidar una planta requiere de muchos conocimientos que se han traspasado por generaciones y son específicos para distintas plantas, la conversación con otras personas para intercambiar semillas y conocimientos es muy importante en la práctica del cuidado de semillas. En este sentido el cara a cara entre las personas que se dedican al cuidado de semillas pasa a tomar un rol protagónico, en el sentido que se comparten y se reconstruyen los distintos conocimientos.

Surgen entonces las siguientes preguntas; ¿estamos dispuestos a cambiar nuestros hábitos alimenticios en pos de tener una alimentación más saludable? ¿Cómo podemos integrar esta forma de relacionarnos con la alimentación y cambiar nuestras formas de consumo?

Para responder estas preguntas es necesario tener en cuenta que uno es lo que come, en el sentido biológico y cultural. Biológicamente nuestra alimentación es pobre en variedad de proteínas, la fuente de alimentos está reducida a lo que es productivamente rentable. Culturalmente es difícil no tomar en cuenta el masivo ataque de publicidad de distintos productos y su fácil acceso, por lo que un cambio en el consumo requiere un poco más que voluntad, en este sentido políticas públicas que incentiven la autoproducción de alimento en micro comunidades pueden generar grandes cambios.

Es necesario cambiar los estereotipos que se tienen del mundo rural. Las cuidadoras de semillas tienen formas de conocimiento que no se toman en cuenta pues no son el pensamiento clásico occidental. A la hora del cara a cara con distintas realidades se deben dejar de lado todos estereotipos de forma de poder integrar distintos elementos de la otra realidad a nuestra cotidianidad.

Este proceso de ampliación de la cotidianidad debe hacerse con conciencia de que no solo se están integrando nuevos alimentos en nuestra dieta, sino que también toda la tradición que esto conlleva, hay que se respetuoso con los tiempos de las plantas y entenderlas como seres vivos, que por lo tanto merecen que seamos responsables de su cuidado.

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